Lo pequeño no es flor sólo,
crepúsculo, mareas,
aromas a verde y hoja seca,
espejos de nieve de diciembre,
explosión de la entraña de la tierra en primavera;
lo pequeño es algo más.
Es el orden de esas cosas
que hacen de lo íntimo
rito, costumbre, liturgia,
esas cosas en que casi nadie repara,
testigos de la vida,
del mundo que tantos ni imaginan;
el inescrutable pensamiento que se oculta
tras la absorta mirada del mendigo
cuando pasas -abstraído en lo fútil o en ti mismo
que puede resultar aún más trivial-,
el rostro atormentado que hoy no disimula
el conductor del autobús que utilizas a diario,
el silencio entrecortado del tímido
en cualquier encuentro casual,
la pena exacta que se intuye
tras forzadas muecas de sonrisa
o el rencor, la amargura y el vacío
que otras tantas te transmiten,
el perro fiel y quieto al lado de su amigo
-dependientes ambos-,
el trasiego sin sentido de los viernes,
la inexplicable atonía de las tardes de domingo,
tantas cosas pequeñas o medianas -que depende-
que a fuerza de vivir cada segundo
agudizan los sentidos,
porque son nosotros si sabemos aprehenderlas,
si alumbramos el alma más allá de lo evidente,
si olvidamos al ser que aparentamos
o al que otros aparentan,
si despedimos a las sombras
que son vana compañía,
si evitamos las palabras porque sí,
si recordamos que somos moléculas mutantes
en un mundo mágico, genial y absurdamente loco,
de inalcanzable esencia colmada de todo lo pequeño,
eso en lo que tantos ni reparan,
porque van recorriendo su camino
sin conciencia de todo lo que importa,
de que no hay amores grandes ni pequeños,
tan sólo palabras, soledad, miradas, caricias, dolor,
deserciones del yo o el yo elevado a su máxima potencia,
el sentido del tiempo indispensable
para descifrar el silencio inmaterial
que antecede a los instantes más grandiosos,
el amor que dura lo que un beso,
los pies que se entrelazan, se penetran y se hablan,
la ternura que brota en cualquier pasión furtiva,
y también la flor y su perfume, por qué no.
Mas he de confesar que me angustio tantos días
y me pierdo en la obsesión por la razón
de tanto espíritu perdido
en tantas cosas pequeñas, tan baldías
que no alcanzan la grandeza
de todas las cosas pequeñas, tan sublimes,
esas en las que muchos ni reparan,
pero hoy me importa un bledo si muchos
no advierten la belleza sutil de lo pequeño;
no pienso dedicarles ni un segundo.
Esta mañana vagué bajo un palio
de capullos reventones de azahar
y ya aguardo a inundarme los pulmones
del perfume inmediato que se anuncia
-irremediablemente efímero-,
que hay días y años
en que ya está bien de sucumbir
en la angustia por los otros
y ¡qué historias! puede que mañana
el aroma no llegue para todos
y mejor será callar esta cuestión
que a buen seguro no lo advierten
y hasta puede que digan
que llegó el tiempo de la alergia,
que es asunto que da más de sí
a la hora del café.
Hoy no sufro por nadie que no aprecie
la entidad de todo lo pequeño,
la grandeza de tanto intangible, tan valioso,
que tempera lo anodino del presente
y soslaya las sombras del pasado,
la memoria castigada;
hoy solo estoy para mí
a la espera ansiosa de ese aroma de mañana.Tags: Pedro Gollonet, lo pequeño, belleza, instante, presente, sensibilidad